Santa Teresa llama a nuestra alma un castillo interior, un
palacio. En ese castillo, palacio o templo vive "El
dulce huésped del alma": El Espíritu Santo.
¿Quién es el Espíritu
Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En nuestra alma vive
el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a nuestra
alma para quedarse. “¿No sabéis que sois templos de Dios
y que el Espíritu Santo vive en vosotros?” decía San
Pablo a los primeros cristianos.
Su
estancia en el castillo obedece a una tarea que debe
realizar, se le ha encargado que haga de ti un
santo ó una santa, un apóstol. Desde el primer momento
de la entrada en tu alma, en el bautismo, se
ha dedicado a trabajar a destajo, ha trabajado muchos años,
se ha llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo
nos hemos portado con Él.
Ha sufrido, posiblemente,
el destierro, le hemos roto su obra maestra, como el
niño malo que destruye de un puntapié el castillo que
construye el niño bueno en la playa. Y sobre las
ruinas de nosotros mismos ha vuelto a colocar otra vez
piedra sobre piedra, con una paciencia y con un amor
tan grandes que sólo porque es Dios los tiene. Él
no desespera, más aún tiene abrigadas firmísimas esperanzas de acabar
con su obra maestra contigo. Él sabe que puede aunque
tú no seas mármol de Carrara, sólo necesita algo de
colaboración de tu parte o por lo menos que no
le estorbes..
Los medios: la gracia santificante, las gracias actuales, sus
inspiraciones, dones y frutos.
¿Cuál es su estrategia?
La describe muy bien un himno dedicado al Espíritu Santo.
Seleccionaré algunas partes de este himno.
Primero: El
mejor consolador
Consolando, secando lágrimas, arrancando los cardos y las ortigas
del desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios
-lo sabe hacer muy bien- es consolar, por fortuna para
nosotros que somos bastante llorones y necesitamos algo más que
kleenex para nuestros ratos de tristeza. El mejor Consolador,
ya sabemos. Cuando lleguen los momentos más penosos en los
que llorar el poco, cuando la crisis nos agarre por
el cuello y nos patee, acudir a quien quiere y
puede consolarnos.
Nosotros podemos decir que me sorprende la realidad más
radiante que vivimos los cristianos y, por tanto, no tenemos
soledad, tristeza, lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de
la separación de Dios, la de la infidelidad. Alegrarnos inmensamente
de haber sido hechos hijos de Dios, alegrarnos de que
nuestros nombres están escritos en el cielo, vivir con alegría
diaria contagiosa, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría
en las buenas y en las malas. Espíritu Santo,
haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo alegre,
que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir
a los otros así también.
Segundo: Dulce huésped del alma
Es uno
de los títulos más hermosos. No huésped inoportuno. Cuantos huéspedes
con los que nosotros no quisiéramos encontrarnos, a los que
les damos la vuelta. En el caso del Espíritu Santo
es un dulce huésped, esperado con ansia, acogido con cariño,
porque siempre trae buenas noticias, buenos regalos, dones; El mismo
es el Don por excelencia.
¿Me alegro de
tenerlo siempre conmigo, lo entristezco con mi desamor, le pido
muchos regalos espirituales? Y ¿qué le doy yo: mi amor,
mi fidelidad? ¿Le escucho dócilmente? ¿El himno "Ven, Espíritu Creador"
es mi saludo mañanero, son las mañanitas al dulce huésped
de mi alma? ¿Alguna vez se las he cantado?
Recordemos la frase de San Pablo; "¿No sabéis que sois
templos del Espíritu Santo? Él ora con nosotros y por
nosotros. Vivo, por tanto, en la presencia del Espíritu Santo,
gozo minuto a minuto de su compañía gratísima, y su
gracia está siempre a mi disposición.
Tercero: Dulce refrigerio
Cuando el bochorno arrecia y la lengua se
reseca como ladrillo y el sudor empapa la ropa, una
simple coca-cola fría, un ventilador oportuno, una alberca, solucionan el
problema. Pero hay otros bochornos y calores interiores
que requieren de otro refrigerio. Cuando se encrespan las
pasiones, cuando el orgullo se revuelve como león herido, cuando
la sensualidad con su baba venenosa quiere manchar el corazón
y el alma, cuando la fiebre del mundo (placeres, dolce
vita...) queman de ambición nuestro espíritu, llamar urgentemente al Espíritu
Santo, para que nos brinde su dulce refrigerio y vuelvan
las cosas a su lugar: El mundo allá y yo
acá.
Cuarto: Tregua en el duro trabajo
Ofreciendo descanso en el
duro bregar de la vida. Una mañana de domingo en
la casa con niños, un día en la oficina en
que todo salió mal, cansa, erosiona, desgasta, produce no rara
vez frustración. Cuando uno de plano está agotado, abrumado por
el trabajo los problemas y las preocupaciones, acudir sencillamente a
quien es descanso en el trabajo, ¡OH Espíritu Santo, desperdiciado
tantas veces que gemimos bajo el peso del trabajo! ¡OH
jornaleros que teniendo la fuente a unos metros se mueren
de sed! Dios es abismo de amor, torrente de felicidad,
éxtasis de la vida, tenerlo tan cerca y morirse de
hambre, la fuente a unos pasos y morirse de sed,
la hoguera alumbrando en torno y morirse de frío, el
amor cerca del corazón. Sólo unos pasos tenía que dar.
Vivir cerca de la luz, y morir en el túnel
de las tinieblas.
Quinto: Brisa en las horas de fuego
Siendo frescura
en medio del calor. Un vaso de agua fría en
un día de verano, la sombra de un árbol en
el campo abrasado, una brisa fresca, una fuente fría junto
al camino polvoriento, cuanto se agradecen. En la vida no
podemos estar luchando todo el tiempo, somos humanos y necesitamos
de tanto en tanto de un respiro. El
Espíritu Santo es el agua fría, es la sombra, la
brisa fresca y nuestra fuente de agua viva junto al
camino de la vida.
Sexto: Gozo que enjuga las lágrimas
Consolando
en la aflicción. Buena falta nos hace: lloramos como niños
chicos por cualquier cosa. Llorar equivale a desanimarnos, a perder
el entusiasmo por nuestra vocación cristiana y humana, a querer
volver atrás. Para esos momentos malos, en que podemos
reaccionar como niños caprichosos, acudir a quien es el consuelo
en la aflicción.
Se le atribuye al Espíritu Santo casi un
oficio de madre. El sufrimiento se encuentra en la vida
de todos. Cuando se le espera y cuando no.
El padre Maciel decía: "Unos de una manera y
otros de otra, todos llevan su calvario y van por
este camino en que los ha medito el pecado
original. Lágrimas y sufrimientos anidan en el ser humano,
en el hombre como hombre muy escondidos y salen cuando
ya no pueden más”. Por ello necesitamos la presencia del
Espíritu Santo".
Posteriormente, el himno al que nos
estamos refiriendo añade una serie de peticiones al Espíritu Santo.
Séptimo:
Lava lo que está manchado
Lava lo que está manchado: mi
alma llena de arrugas, mi corazón manchado de afectos desordenados,
mi pequeño mundo lleno de cosas humanas, de tierra, de
lodo; mi mente y mis sentidos a veces
tan vacíos de Dios y tan llenos de mis pasiones
desordenadas. Lava sobre todo la conciencia de todo pecado e
imperfección, de las salpicaduras del mundo, de las manchas de
pasiones, del barro de los malos pensamientos. Lava y purifica
nuestra intención en el obrar, que a veces se tiñe
de negras aficiones: el egoísmo, vanidad, respeto humano son manchas
grasientas que requieren de un eficaz blanqueador. Necesitamos que
des una limpiadita a nuestras virtudes.
Octavo: Riega el desierto del
alma
Somos raíz de tierra árida, árbol que crece en la
estepa. ¿Han visto ustedes los árboles que crecen en las
orillas de los ríos? ¡Qué diferencia! Siempre están verdes.
Decía el poeta Antonio Machado estas hermosas palabras: “Al olmo
viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de
mayo, algunas hojas verdes le han salido".
A base de agua
los judíos han hecho florecer el desierto del Sinaí. Tú
puedes, Espíritu Santo, hacer florecer mi desierto, esa estepa en
que a penas los cardos y las jaras crecen. Y
entonces crecerán virtudes, crecerán buenas obras en mi alma.
Noveno: Sana
el corazón enfermo
Médico de todas las enfermedades, médico de las
enfermedades que he tenido y que ahora sufro, médico a
domicilio.
Señor, si quieres, puedes curarme la lepra, el cáncer, el
SIDA, la gangrena, la parálisis espiritual, las fiebres reumáticas, el
escorbuto. ¿Cuál es mi enfermedad? Escuchemos en seguida la frase
de mando: ¡Levántate y anda! Médico de las almas, que
sabes la enfermedad y conoces la medicina, ¿cuál es mi
enfermedad y mi mal? ¡Dímelo!.. Y proporciona el remedio que
Tú sabes y yo no quiero aceptar a veces; cúrame
antes de que la enfermedad me cause la muerte, cúrame
las heridas que mi orgullo, sensualidad y egoísmo me
abren a diario, las heridas de mis pecados antiguos y
de mis pecados de hoy.
Décimo: Doma el Espíritu indómito
Dobla mi
orgullo, ablanda mi cabeza dura y mi duro corazón; si
es de piedra, hazlo de carne; hazme bajar la cabeza
ante la obediencia y dar el brazo a torcer. Hazme
duro para conmigo mismo, que no acepte flojedades, medias tintas,
fariseísmos, pero hazme blando con los demás, como un pedazo
de pan que dé alimento a todos los que se
crucen en mi camino; hazme, Señor, instrumento de paz,
como te pedía Francisco de Asís: "Donde haya odio, ponga
yo tu amor, donde haya injurias, perdón".
Once: Calienta lo que
está frío
A veces somos témpanos flotantes, corazones en frigorífico, que
nos se derriten con las grandes motivaciones del amor de
Cristo, el celo por la salvación de las almas, la
vocación a la misión. Te pido un amor apasionado,
pasión por la misión.
Doce : Endereza lo que está torcido
¿Cuántos
criterios en mi vida andan torcidos? Enderézalos endereza los malos
hábitos, por ejemplo, el hábito de pensar mal, el hábito
tan arraigado de murmurar de mis hermanos, el hábito terrible
de la ociosidad, del no hacer nada, el hábito que
mata la oración, la rutina, el hábito de la pereza,
el hábito que empequeñece mis fuerzas con la pusilanimidad, la
timidez. Quiero dejarte el timón de mi vida, de
mi barca, y quiero remar con todas las fuerzas de
mis brazos.
Para concluir, demos un repaso a los
deberes que tenemos con este ilustre huésped: En primer lugar,
tomarlo en cuenta, hacerle caso, no dejarlo solo, ignorado abandonado.
Porque dejamos abandonado el Amor.
En segundo lugar:
Gratitud: le debemos tanto. La ingratitud es cardo que crece
en los corazones pero sobre todo en los corazones de
los cristianos, por el simple hecho de haber recibido
demasiadas cosas de Dios.
En tercer lugar: Amor.
Debería ser fácil amar al AMOR, enamorarse del que nos
ama infinitamente a cada uno de nosotros. Antes de pedirnos
que le amemos con todo el corazón, con toda el
alma, con toda la mente y todas las fuerzas, antes
nos ha dicho Él: "Te amé con un amor eterno".
En cuarto lugar: Docilidad y colaboración. Para
ser santos debemos dejarnos guiar y obedecer al capitán del
barco.
En quinto lugar: Cuando menos no
estorbarle, dejarle trabajar en nosotros. “Hoy, si escucháis su voz,
no endurezcáis el corazón”.
EL HIMNO AL ESPIRITU SANTO.
Ven Espíritu
Creador,
visita las almas de tus fieles,
Llena de gracia celestial
Los pechos
que tu creaste.
Te llaman Paráclito,
Don de Dios altísimo,
Fuente viva, fuego,
amor
Y unción espiritual.
Tú, don septenario,
Dedo de la diestra del
Padre,
Por ]El prometido a los hombres
Con palabras solemnes.
Enciende luz a
los sentidos
Infunde amor en los corazones,
Y las debilidades de nuestro
cuerpo
Conviértelas en firme fortaleza.
Manda lejos al enemigo,
Y danos incesantemente la
paz,
Para que con tu guía
Evitemos todo mal.
Danos a conocer al
Padre,
Danos a conocer al Hijo
Y a Ti, Espíritu de ambos,
Creamos
en todo tiempo.
Que la gloria sea para Dios Padre,
Y para
el Hijo, de entre los muertos
Resucitado, y para el Paráclito,
Por
los siglos de los siglos. Amén.
Autor: P. Mariano de Blas LC
| Fuente: Catholic.net