Dice 1 Cor 4,1 :...que nos tengan los hombres por servidores de
Cristo...” ¿Cómo nos ven los hermanos de nuestra comunidad que no son
músicos ¿Cómo verdaderos siervos ? o ¿ cómo “seudo-estrellas” ?.Hay en algunos músicos un secreto sentimiento de sentirse superiores al resto, lógicamente nadie lo dice en voz alta, pero esa actitud la podemos comunicar al resto de la comunidad de muchas maneras. La manera en que tratamos a los demás revela indudablemente lo que pensamos de ellos. Supongamos que en un ministerio de música (imaginario, por supuesto, estas cosas no ocurren en realidad ) uno de los integrantes crea sinceramente ser mejor músico que los demás. Probablemente no se lo diga a nadie, pero si falta a los ensayos o llega tarde o hace comentarios duros cuando los demás se equivocan, o no participa en otra actividad a menos que él toque o cante...como diría el cantautor argentino Alejandro Lerner : “...no hace falta que lo digas...”
Sin duda en este caso imaginario hay orgullo y también, mucha
inseguridad. Y es muy fácil notarlo en otros pero no en nosotros. Dice
San Pablo, “el que se gloríe, gloríese en el Señor” (2 Cor 10,17). No
tenemos nada que no nos haya sido dado por Dios, por lo tanto, si cantas
o ejecutas bien un instrumento, simplemente, dale gracias a Él que te
ha regalado ese don y hazlo crecer. El Señor nos mostró lavándole los
pies a sus discípulos (Jn 13,1-15) que aunque se ponía la toalla como el
siervo, no dejaba de ser el Señor. Es que Jesús no tenía problemas de
identidad. El sabía quién era y adonde iba. Nosotros sí tenemos serios
problemas de identidad. No queremos ponernos la toalla y servir ...“a
ver si se confunden y creen que soy un siervo cualquiera cuando en
realidad soy una estrella de la música católica ”.También es posible servir a Dios con la música y perseguir fines egoístas. En Hechos 8,17.24 encontramos un hombre, Simón que al ver las manifestaciones del Espíritu Santo, a través de Pedro y Juan quiso “comprar” ese poder solo para satisfacer su ego. Quería el poder del Espíritu, pero no para servir a Dios, sino para “mantenerse vigente” en su ciudad y no perder influencia. No es fácil, pero es necesario que periódicamente revisemos con sinceridad y sin temor, nuestras motivaciones. ¿Por qué haces lo que haces? Puede darse el caso de que creamos sinceramente estar sirviendo a Dios, pero en realidad nos estemos sirviendo a nosotros mismos, a nuestro deseo de ocupar lugares, de llamar la atención y ser aplaudidos. Tenemos que buscar primero el reino de Dios, no el nuestro, ni tampoco el reino del arte, Jesús tiene que ocupar el primer lugar. Como dijo Juan :”...es necesario que Él crezca...”
Otra tentación muy común es poner la confianza en nuestros dones más que en el dador de los dones. La autosuficiencia puede tendernos una trampa peligrosa. Confiar más en que las canciones de la misa o del recital nos saldrán bien porque sabemos como hacerlo o porque ya lo hemos hecho muchas veces, más que confiar en el poder de nuestro Buen Dios es un gran error que tenemos que evitar.
Sin duda, Jesús es el ejemplo de servidor que tenemos que seguir. En un
mundo donde todos quieren mandar, Él nos invita a lavar los “pies
sucios” de nuestros hermanos. Mt, 23-11 “el mayor entre vosotros, será
vuestro servidor”. Sin duda revolucionario. Y en el ámbito del arte,
donde las “estrellas” del mundo son famosas, ricas y salen en la tele,
todo un desafío para los que hemos sido llamados a servir a Dios a
través de la música.Carlos Seoane




