
Hay en algunos músicos un secreto sentimiento de sentirse superiores al resto, lógicamente nadie lo dice en voz alta, pero esa actitud la podemos comunicar al resto de la comunidad de muchas maneras. La manera en que tratamos a los demás revela indudablemente lo que pensamos de ellos. Supongamos que en un ministerio de música (imaginario, por supuesto, estas cosas no ocurren en realidad ) uno de los integrantes crea sinceramente ser mejor músico que los demás. Probablemente no se lo diga a nadie, pero si falta a los ensayos o llega tarde o hace comentarios duros cuando los demás se equivocan, o no participa en otra actividad a menos que él toque o cante...como diría el cantautor argentino Alejandro Lerner : “...no hace falta que lo digas...”

También es posible servir a Dios con la música y perseguir fines egoístas. En Hechos 8,17.24 encontramos un hombre, Simón que al ver las manifestaciones del Espíritu Santo, a través de Pedro y Juan quiso “comprar” ese poder solo para satisfacer su ego. Quería el poder del Espíritu, pero no para servir a Dios, sino para “mantenerse vigente” en su ciudad y no perder influencia. No es fácil, pero es necesario que periódicamente revisemos con sinceridad y sin temor, nuestras motivaciones. ¿Por qué haces lo que haces? Puede darse el caso de que creamos sinceramente estar sirviendo a Dios, pero en realidad nos estemos sirviendo a nosotros mismos, a nuestro deseo de ocupar lugares, de llamar la atención y ser aplaudidos. Tenemos que buscar primero el reino de Dios, no el nuestro, ni tampoco el reino del arte, Jesús tiene que ocupar el primer lugar. Como dijo Juan :”...es necesario que Él crezca...”
Otra tentación muy común es poner la confianza en nuestros dones más que en el dador de los dones. La autosuficiencia puede tendernos una trampa peligrosa. Confiar más en que las canciones de la misa o del recital nos saldrán bien porque sabemos como hacerlo o porque ya lo hemos hecho muchas veces, más que confiar en el poder de nuestro Buen Dios es un gran error que tenemos que evitar.

Carlos Seoane